El sencillo experimento
Cuando eres científico ves ciencia por todas partes, ya sea cocinando, organizándote un viaje o haciendo la compra. Puede que por esto corra el rumor de que los científicos estamos un poco locos, aunque yo creo que pasa de manera similar en todas las profesiones. En nuestro caso, siempre intentamos aplicar el método científico a todo lo que hacemos, no solo en el laboratorio, donde es de uso obligado, sino también en casa.
El método científico es el proceso que utilizamos en la comunidad científica para descubrir la verdad sobre lo que nos rodea. Es un método de estudio que incluye técnicas de observación, razonamiento, predicción y modos de comunicación de los resultados. Se trata de una secuencia de procedimientos que se usa para afirmar o desmentir una hipótesis y que podemos aplicar a cualquier evento cotidiano que surja, solo hay que seguirlo de manera ordenada. Aunque podemos encontrar pequeñas divergencias en el número de pasos y en su explicación, el método consiste fundamentalmente en los siguientes cuatro pasos:
1.- Observación.
2.- Hipótesis.
3.- Experimentación.
4.- Conclusiones.
Pues bien, hace un tiempo decidí llevar a cabo un experimento fuera del laboratorio. Un experimento muy fácil y sencillo que refleja unos resultados extraordinarios.
Siguiendo el método científico, lo primero que hice es observar mi entorno. Escuchar a mi familia en las conversaciones que surgen cuando nos reunimos, ver la televisión, escuchar la radio, leer los anuncios de los periódicos e incluso fijarme más en las etiquetas de los productos. Me di cuenta de que había algo que no encajaba con lo que había estudiado.
“Tómate esto que es más natural”, “Producto con 0% químicos”, “Sin conservantes ni colorantes”, “Sin parabenos”, “100% natural”, “Libre de químicos”, “No tomes tanta química”, “Lo natural es más sano”, “No tomes tantos medicamentos que son química para tu cuerpo”…
Ante tal avasallamiento, me planteé mi hipótesis: hay un error de concepto en el uso de las palabras “química” y “natural”.
El experimento que diseñé fue muy sencillo y consistió en dos partes bien diferenciadas. Lo primero que hice fue buscar las definiciones de las palabras “química” y “natural” en el diccionario de la lengua española editado por la Real Academia Española (RAE). Tomaos un segundo para leer atentamente las diferentes entradas para cada palabra buscada:
QUÍMICA:
- adj. Perteneciente o relativo a la química.
- adj. Por contraposición a físico, concerniente a la composición de los cuerpos.
- m. y f. Especialista en química.
- f. Ciencia que estudia la estructura, propiedades y transformaciones de los cuerpos a partir de su composición.
NATURAL:
- adj. Perteneciente o relativo a la naturaleza o conforme a la cualidad o propiedad de las cosas.
- adj. Nativo de un lugar.
- adj. Dicho de una cosa: Que está tal y como se halla en la naturaleza, o que no tiene una mezcla o elaboración.
- adj. Dicho de una persona: Espontánea y no afectada.
- adj. Dicho de una cosa: Que imita a la naturaleza con propiedad.
…
La segunda parte de mi experimento fue pedir a todos mis contactos que me dijesen lo primero que les viniese a la mente cuando pensaban en los términos “químico” y “natural”. El número de contactos seguramente no fue suficiente para desarrollar una estadística potente, pero entre ellos había homogeneidad: amigos científicos, pero también familiares y conocidos de diferentes disciplinas. En total registré entre 50 y 60 respuestas. El resumen de lo que observé fue lo siguiente:
Resultados para “Química”:
Sintético, dañino, perjudicial, malo, laboratorio, muerte, artificial, medicamento, pesticida, radioactividad.
Resultados para “Natural”:
Beneficioso, saludable, alimento, real, materia prima, sin tratamiento, sano.
Mi pequeño experimento, aun careciendo de poder estadístico, parecía aprobar mi hipótesis. Es difícil saber exactamente qué ha pasado, pero es bastante claro que se ha cambiado la definición de las palabras “química” y “natural”, contradiciendo así a las descripciones de la Real Academia Española.
La sociedad sitúa la química como la culpable de la existencia de pesticidas, venenos, toxinas, drogas, explosivos, contaminaciones, guerras… y tiene razón, pero no se tienen en cuenta las sustancias químicas que también nos curan, alimentan, visten y mejoran la vida, o incluso nos mantienen con vida, como el aire que respiramos. Decimos cosas como “Esto está lleno de químicos” para referirnos a algo que parece ser malo, tóxico o que nos va a matar.
El miedo a la química es real. Se cree que se originó durante los años 60 debido al uso de pesticidas como el DDT (dicloro difenil tricloroetano), que empezó a usarse durante la II Guerra Mundial. Este miedo se ha extendido entre los países desarrollados y es conocido como quimiofobia, el prejuicio o aversión irracional contra las sustancias químicas o la química en general. El fenómeno se ha atribuido a una razonable preocupación sobre los posibles efectos adversos de los productos químicos, pero también a un miedo irracional a estas sustancias debido a conceptos erróneos acerca de ellas.
El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable producida por la percepción de un peligro, ya sea este real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Esta emoción es limitadora y beneficiosa a la vez. El miedo de nuestros antepasados a la oscuridad, a las serpientes u otros animales peligrosos ha permitido nuestra existencia.
Pero cuidado, porque un exceso de miedo puede llevarnos al terror y a la ansiedad. Y, en el caso de la quimiofobia, el miedo a los productos químicos puede hacer que se abandonen hábitos sanos como comer ciertos alimentos porque hemos oído en algún sitio que están contaminados con algún elemento químico. Normalmente estas fuentes de información no es que no sean fiables, sino que no nos lo explican todo, ya sea por falta de tiempo o por falta de información. Este miedo excesivo es por ejemplo el culpable de que haya personas que han dejado de vacunar a sus hijos.
Los avances en los campos científicos y tecnológicos a menudo traen consigo una ola de pánico llamada neofobia, miedo a lo nuevo. Algunos miedos se basan en hechos reales como las armas de fuego o las centrales nucleares, pero otros se basan en desconocimiento e irracionalidad y se van diluyendo con los años.
La palabra “natural” ha ido ganado terreno en nuestras vidas pero, ¿realmente existe alguna diferencia entre algo natural y algo químico? Como dijo Paracelso, la dosis hace el veneno.