El cerebro viajero
Que nadie se deprima aun. Aunque sea setiembre, aún nos quedan unos buenos días de tiempo estival donde si no hemos viajado todavía estamos a tiempo de hacerlo. ¡Hagamos las maletas!
¿Pero por qué viajar? Bajo un punto de vista del todo pesimista, lo primero que a uno se le vendría a la cabeza es que viajar comporta hacer las maletas y, por lo tanto, pensar que debemos poner en ella, pero también implica volver y… ¡Tener que deshacerlas! Además, es posible que el viajero se vea haciendo colas para coger un transporte, ir a sitios que están a rebosar de turistas, cambios en la dieta y posible estreñimiento, cambios en nuestras pautas de sueño padeciendo un temible jet lag… Si pensamos de esta manera, parece que sería mejor quedarse en casa relajado, pero en ese caso, tu cerebro se aburriría.
Según informó hace pocos años la Sociedad Española de Neurología, viajar es una buena manera de generar efectos positivos para la salud de nuestro cerebro y para nuestra memoria.
Nuestro cerebro es plástico, mejor dicho, neuroplástico. Esta neuroplasticidad significa que nuestro cerebro va cambiando a lo largo de la vida. Estos cambios se producen fundamentalmente en las neuronas pues tienen la capacidad de crear nuevos puntos de conexión entre ellas, pueden cambiar su tamaño y arquitectura e incluso se pueden formar nuevas neuronas (aunque es un tema muy debatido actualmente). La clave para que estos procesos sucedan es mantener nuestro cerebro expuesto a novedades, actividades y desafíos.
¿Y por qué queremos esto? Porque entrenar o estimular el cerebro ayudará a que con el tiempo las conexiones creadas se conviertan en una reserva cognitiva que nos proteja de las enfermedades neurodegenerativas, como por ejemplo el Alzheimer. Para conseguirlo, podemos realizar infinitas actividades, como mantener una vida social activa, leer, practicar deporte… Pero da la casualidad que viajar también es una de estas actividades y, si nos lo podemos permitir, ¿por qué no hacerlo?
Viajar es una experiencia enriquecedora en muchos sentidos. Viajar requiere adaptarse a un nuevo lugar aunque sea por pocos días, relacionarse con personas de otras culturas, comunicarse con ellas intentando hablar su idioma tan bien como podamos, orientarse en lugares nuevos y ubicarse en los mapas, notar nuevos olores y sabores, caminar más de lo habitual… todas estas experiencias estimulan nuestro cerebro favoreciendo su plasticidad y disminuyendo las probabilidades de desarrollar algún tipo de deterioro cognitivo, como la pérdida de memoria asociada inevitablemente al envejecimiento.
Además, viajar también tiene efectos positivos a nivel emocional. Viajar reduce el estrés, nos relaja y nos hace más felices. Eso sí, tenemos que ser capaces de desconectar del trabajo, dejar nuestra rutina laboral fuera del viaje y no pensar en que tendríamos que estar trabajando o qué estará pasando en la oficina durante nuestra ausencia. Así, solo conseguiremos estresarnos más y no disfrutar lo suficiente.